Actualmente, bien podríamos asegurar que el rol de nosotras, las mujeres, ha cambiado y ha marcado nuevas experiencias que demuestran la fuerza y la determinación con la que realizamos cada una de nuestras labores. No obstante, a pesar de que se reconoce el trabajo de las mujeres dentro de las instituciones con cargos de igual o mayor rango que el de los hombres, podemos notar que aún existe exclusión en ciertos ámbitos, entre ellos la escritura.
Nos cuesta trabajo aceptar que, en pleno siglo XXI, aún se ejerzan actos propios de una cultura patriarcal. Si tomamos como ejemplo, el ámbito de la escritura, podemos darnos cuenta de que la mujer aún es invisibilizada, pues, aun se hacen expresiones despectivas cuando una mujer escribe lo que le nace, lo que la identifica, lo que ama.
La invisibilización de la mujer sigue presente en muchos ámbitos de nuestra vida, y dentro del ámbito académico bien lo podemos reconocer, pues ¿cuántas veces hemos podido disfrutar lecturas o textos realizados por mujeres? ¿cuántas teorías conoces que hayan sido elaboradas por una mujer?
Incluso, en muchas ocasiones nosotras mismas somos quienes fortalecemos esa exclusión, pues bajo mi propia opinión, las mujeres somos víctimas de la misma cultura ejercida por el patriarcado, ya que, en diversas ocasiones, a pesar de sentirnos invisibilizadas, no levantamos la voz ante quienes nos invisibilizan, resultado del condicionamiento que nos han aplicado desde pequeñas, dentro de nuestro hogar o nuestro mismo círculo de amigos.
Lo que buscamos con estas palabras es, invitar a las mujeres a reflexionar y cuestionarse las veces en que cada una de nosotras hemos sido invisibilizadas, desde el hogar, hasta nuestra vida como profesionistas, la invitación se extiende a perder ese miedo y recobrar la confianza para liberar toda la fuerza que necesitamos para manifestar nuestro empoderamiento en cualquier aspecto de nuestra vida.
Emma Hernández.